ASOCIACIÓN PARA LA RECUPERACIÓN

DEL BOSQUE AUTÓCTONO EN VALLADOLID

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MARTES de 19:30 a 21:30 h. en el vivero:

Facultad de Medicina, entrada por c/ Real de Burgos s/n (frente a la residencia Alfonso VIII)

martes, 27 de septiembre de 2011

En Bernedo con Sacolegui y otros amigos

Reducido ante la Naturaleza, una mota de polvo, un bichito pequeño de esos que te encuentras paseando por el campo. Así me siento mientras paso revista mental a la excursión por la montaña alavesa del último fin de semana de septiembre en este 2011, como en una foto de un paisaje grandioso donde se ven unas pequeñas figuras a lo lejos percibo que somos parte de ella, sujetos a todo tipo de contingencias, pero solo una pequeña parte. Por lo tanto, no cabe otra respuesta que la humildad y el respeto. A mi juicio no tenemos talla suficiente para pretender dominarla, ¡somos tan pequeños! Tan diminutos como un grano de arena zarandeado por las olas del mar. Y a través de las noticias periódicamente comprobamos con inundaciones y otras catástrofes naturales que Ella es quien tiene la última palabra. Los antiguos tenían una visión semejante. Pretendiendo protegerse y comprender creaban dioses de multitud de fenómenos y manifestaciones de la Naturaleza buscando el anhelado orden. Y me asombro; asombrado del sistema tan gigantesco que conforma ese ambiente natural que nos rodea y de que en muchos casos no sepamos convivir con él y nos pongamos en su contra cuando lo más sencillo sería remar a favor de su corriente vigorosa y constante.


Es viernes y hay que llegar al albergue de Bernedo para cenar. Y llegamos después de horas de carretera y 10, 10 euros de peaje con una tormenta en el cielo que lava la furgoneta a la vez que vacía las calles del pueblo. Allí ya se encuentran Rosa, Antonio y Juan Luis que será nuestro guía. La lluvia nos empapa dulce y suavemente mientras descargamos el equipaje y lo subimos a las habitaciones comunales. Hoy solo está nuestro grupo, mañana compartiremos alojamiento con una pareja joven de aficionados a la bici. Los coches rellenan el aparcamiento e inundan de txirpialeros alborotadores la plácida atmósfera del pueblo. Kepa, Adolfo y así hasta la docena larga de caras conocidas. Como luego comentaremos, solo han venido los fieles incluido Jesús de la Jacetania , una agradable e inesperada compañía.

A cenar a la mesa no falta nadie pues un segundo grupo llega desde Valladolid con el capitán Mario al volante. La lasaña en bloque prefabricada y el pollo con patatas nos dejan preparados para visitar el bar local. Noto a Adolfo comedido ante el plato, digo yo que si estará a régimen o si no le irán las cenas abundantes. Kepa nos informa del tapón de tráfico que han tenido que superar para salir de Bilbao debido a la fuerte contestación al cierre de una comunidad okupa auto gestionada en favor de la especulación urbanística, signo de los tiempos. Sorprende cuando afirma que han venido autocares del extranjero porque la comunidad era conocida por su gestión de actividades culturales de todo tipo incluso una escuela de circo.

Pitos me dirá con razón al día siguiente que “no era persona” en la cena. Y es que un dolor de cabeza y el cansancio del día y la conducción convierten el conjunto de conversaciones cruzadas en un zumbido muy molesto dentro de mi cabecita. Por suerte el paseo hasta el barete y la visita guiada conducida por Kepa a los mejores rincones del pueblo me despeja lo suficiente para dormir con provecho. Kepa señala una sentencia lóbrega escrita encima de la puerta de una pequeña ermita (La maldición de la madre abrasa la tierra y los hijos o algo semejante). La frasecita no es para leerla a solas en la calle vacía a las doce de la noche en esta tierra donde abundan los eguzki lore o flor del Sol --esos cardos clavados en las puertas como protección ante brujas, malos espíritus, rayos y otras amenazas-- y se dice que antes se juntaban las brujas en sus correrías y aquelarres fuera del mainstream social.

El sábado por la mañana se unen más txirpialeros que vienen a hacer el recorrido de hoy y regresan el mismo día. Ahí están Espe, Carmen, Conchi, Miguel… trayendo la primera la bota osadamente. El plan es recorrer el cañón del río Igoroin entre Musitu y Roitegui o Roitegi. Embocamos una carretera estrecha con vegetación abundante a ambos lados y un miñón (policía foral alavesa) indica que vayamos despacio. Unos metros adelante el todo terreno de este cuerpo policial y otro agente parecen perplejos. No es para menos porque un coche ha quedado volcado de lado encajado entre el pretil de un puente y la laderita exterior de la cuneta. Las puertas del copiloto y la trasera derecha se apoyan en el suelo y las dos ruedas del lado del conductor permanecen inútiles en el aire. Paramos en Maeztu a comprar pan en la tienda y fruta en el puesto al aire libre que ofrece también bacalao, encurtidos y verduras. Mientras unos compran, otros visitan un bar buscando ímpetu para el comienzo de la caminata. Una urna grande de obra contiene al santo policromado de la localidad y sobre ella, en el tejadillo una bola del mundo y la cruz latina imperando encima del orbe.
Eguzki lore y aldaba ancla

La parada se prolonga hasta que Juan Luis agita el látigo en el aire y grita después del chasquido: nos vaaamos! La caravana sobre ruedas sigue al coche del líder guardando los espacios adecuados entre sí dando curva a derecha, curva a izquierda… hasta Musitu donde cargamos las mochilas a la espalda, encajamos los pies en las botas y comenzamos a andar. Una pareja de perros de pelo cobrizo y ojos muy expresivos se acercan y nos acompañan durante todo el recorrido agitando la cola contentos. A veces se adelantan y si comprueban que nos hemos parado para ver tal o cual planta o el antiguo poblado que nos muestra Juan Luis dan media vuelta y se acercan de nuevo buscando caricias y tal vez algún que otro bocado.


A poco de arrancar la ruta, aparece una estatua en una bifurcación del camino homenajeando al caminante o al montañero. Se trata de una figura pequeña hecha con pernos y piezas de metal sobre una plataforma delante de una cruz latina de madera con un cortafríos puntiagudo atravesando el centro donde se unen los travesaños del que parte una pequeña mancha roja como queriendo significar el esfuerzo de excursionistas arriesgados o con mala fortuna que puede llevar incluso a dejar la vida en el camino.
La ruta es muy tranquila, no nos cruzamos con nadie y no se oyen coches, solo el bullicio de los excursionistas. La nueza negra con sus bayas de llamativo color rojo, los quejigos, serbales, avellanos, fresnos, serbales, enebros, olmos de montaña, arces, alisos, mostajos, rosales, hayas, boj, zarzales nos ven pasar por el camino del cañón junto con algún pájaro y cuando salimos a descubierto los buitres girando plácidamente arriba en sus térmicas nos contemplan.

El cielo permanece muy nublado lo que nos alivia del calor. La temperatura es ideal para caminar y como suele ser habitual se forman varios paquetes separados de excursionistas de acuerdo con el ritmo de avance. Los que vamos en cabeza tenemos la suerte de ser testigos de una curiosa ceremonia: se oye el batir característico de la percusión de un txalaparta y cuando cesa un grito de adiós prolongado y potente rompe el aire. En un pequeño claro donde miramos hacia arriba podemos ver como asoma una fila de personas en una zona de borde rocoso del cañón. Alguien dice que están arrojando las cenizas de un difunto y en ese momento todo encaja, parece tratarse del homenaje póstumo a alguien que seguramente quiso reposar donde ya permanecía su corazón.

Un sendero se interna hacia el río Igoroin buscando los restos de un antiguo molino que nos sirve como excusa para reponer fuerzas con un ligero y breve tentempié mientras los perros caracolean alrededor y se bañan en el río en su actividad imparable.

Cerca de allí un muro o por mejor decir los restos de un muro grueso de piedra semiocultos en la penumbra entre la vegetación indican la ubicación de un poblado antiguo con su fuente de aguas claras cuya pila sirve a uno de nuestros amigos perrunos para beber, curiosamente no desde fuera. El can se mete de rondón en la pileta a ras de suelo enturbiando el agua y bebiendo a continuación. Durante un rato todos huimos de él, nadie lo quiere tener cerca para no recibir una ducha cuando se sacuda. A pasito, a pasito ascendemos una pendiente y llegamos a un mirador sobre el barranco del Igoroin desde el que podemos ver el cañón en un corte transversal pleno de vegetación todavía con predominio verde en el recién estrenado otoño astronómico. Esperamos a los rezagados descansando y tentando algunas botas de vino. Adolfo se sienta en una roca-trono y uno de los perros se sienta a su izquierda en el suelo: ambos se miran y se sonríen como un rey y su fiel vasallo en una corriente de mutuo aprecio para a continuación mirar mi cámara y seguir sonriendo disfrutando el momento. Pitos casca unas avellanas para recuperar fuerzas, Kepa acaricia a uno de los perros. Antonio hace gala de su gran caja torácica y anuncia su presencia desde lejos su audible voz. Ya estamos todos otra vez en pelotón y retomamos la marcha hasta el cercano pueblo de Roitegi. Salimos del cañón y a lo lejos asoma apenas Onraita sobre la tierra labrada. Accedemos a la carretera que nos lleva a Roitegi ocupándola de parte a parte sin que un solo coche deshaga el grupo. Pruden descubre en la cuneta unas moras grandes y jugosas y ahí estamos agachados recogiéndolas como los antiguos cazadores-recolectores. Llamadme pesado si queréis pero nunca me cansaré de admirar y celebrar la generosidad de mamá Naturaleza.

El pueblo recibe a los caminantes recogido sobre sí mismo como corresponde a la hora de la comida. Llegamos al frontón cerrado en su lateral derecho por el pórtico de la iglesia en el que sorprendemos a una bandada de ocas blancas que se inquietan al ver cortada su salida por un montón de antropoides bípedos. Juan Luis pide que les abramos paso para que se retiren pero Antonio motu proprio decide hacer ejercicio antes del lunch y comienza a perseguirlas. Por suerte para él no le hacen frente y en formación digna de ballet emprenden la retirada a toda prisa con las alas desplegadas. 
Estela con estrella

La pared larga del frontón presenta en la parte trasera una abertura que remata en arco de medio punto para acceder a un huerto. En esta zona de Álava, en cada pueblo, ves unas huertas perfectamente ordenadas con variedad de verduras, hortalizas y siempre unas flores como concesión al utilitarismo popular. La tierra es buena porque da gloria ver los productos hortícolas.
Al lado de la iglesia, en un cercado un caballo pinto marrón-colorado y blanco de poca alzada se acerca con la curiosidad de su raza a saludar.

Comemos sentados en dos bancos corridos uno en la trasera del frontón y otro en el lateral de la iglesia y movemos un banco de madera con respaldo para comer frente a frente. Los alimentos van rodando y la variedad es considerable, desde el típico embutido hasta el paté de berenjena asada con tahín de Jesús.

En el pueblo no hay un bar donde tomarse un despabilante café así que después de comer recogemos y volvemos sobre nuestros pasos hacia el barranco de Igoroin. El ritmo del paso es más constante y tardamos menos en volver hasta Musitu donde un manzano presenta un peculiar sistema de alarma antirrobo/anti pájaros formado por un par de cencerros colgados de las ramas.
Reunido el rebaño y embutido en los coches nos vamos hacia Maeztu y paramos en el bar de Virgala Menor ¿o tal vez sería Virgala Mayor? En cualquier caso Juan Luis nos lleva a la laguna Olandina entre las dos localidades, ahora sin agua y convertida en una ciénaga poblada por nenúfares blancos sin su flor, solo visible en primavera. A la orilla del barro una menta que parece poleo perfuma nuestros pies. La laguna se encuentra totalmente oculta por árboles de buena talla en una depresión del terreno rodeada de tierras de cultivo. La laguna tiene su leyenda que Juan Luis escenifica a su pie: en los tiempos de érase una vez había aquí un castillo y una joven mendiga llamó a la puerta pidiendo limosna (pom, pom) y solo le dieron con la puerta en las narices. Como no era tal mendiga sino la Virgen (supongo que de ahí los topónimos de las Virgalas) condenó a la fortaleza a ser deglutida por la tierra en un gesto purificador estilo Antiguo Testamento.

Abordamos la laguna por el otro extremo en el que hay un pozo de fango que recibe unas cuantas piedras como saludo devolviendo un curioso sonido sordo de chapoteo y un apestoso olor a materia orgánica en descomposición. JuanLuis bromea con la desaparición de ciertos coches dentro del cenagal y pienso en la magnífica Psicosis de Hitchcok.


Desde las tierras de labor ya cosechadas se divisa a lo lejos a través de un pequeño hueco en una barrera arbolada la torre de una iglesia blanca. El relieve es ondulado con colinas y montes redondeados por la erosión. Como todavía hay luz y tiempo JuanLuis conduce a su rebaño hasta el bonito pueblo de Antoñana que está en fiestas con la juventud luciendo los trajes tradicionales. En la plaza hay un festejo ruidoso y el bar recaudatorio de modo que la población se agrupa en ella y el resto del pueblo con sus murallas y su iglesia se brindan casi vacíos a nuestra mirada de turistas. A la entrada del recinto amurallado una ristra de pimientos rojos alargados cuelga bajo el marco de una ventana para secarse y la villa ha erigido un monumento homenaje a la abeja con piedras calizas y antiguas colmenas hechas con troncos de árbol vaciados alternando dentro de una caseta sin pared delantera. Antoñana es un pueblo amurallado precioso con multitud de pasajes techados entre calles y pequeños rincones encantadores con construcciones de piedra. En el dintel de madera de una puerta un vecino curioso ha clavado mariposas y polillas por ejemplo un ejemplar de esfinge calavera. Un pasaje con escaleras muestra un par de ruedas de carro puestas en la pared. El rincón es tan recogido y agradable que un par de muchachas vestidas con traje típico se retratan en él y saludan educadamente. Un balcón de piedra con tejadillo y una barandilla de madera adornado con flores destaca en lo alto al lado de la iglesia. David me señala un estramonio de jardinería con flores blancas de forma atrompetada junto a la torre de la iglesia. Si no es por él ni me hubiera enterado. Es un lujo caminar con personas que saben de un tema y comparten su conocimiento generosa y modestamente.

Algunos txirpialeros que han venido por la mañana se despiden y nos quedamos sin Espe, Carmen, Conchi, Miguel… Retornamos a los coches para ver si saltamos al albergue, nos duchamos y cenamos, de cena hay anunciada una parrillada y el encargado del albergue y cocinero es argentino así que la cosa promete. Al llegar está en el soportal con una parrilla de dos metros y medio de largo por lo menos mientras en una carretilla se quema madera para formar las brasas. Junto a él un vecino que compartirá con nosotros la cena y el alojamiento presencia la escena. Es la mitad de una pareja de ciclistas que recorrerán alguna de las múltiples rutas para bicicleta de todo terreno que hay por la zona. Antes de empezar a cenar llega Alfonso y Jesús nos muestra en el ordenador sus fotos de flores, iglesias y monumentos que ha tomado en sus recorridos pirenaicos. Tenemos un hambre de lobo y bajamos varias veces a ver si ya está lista la cena. Cuando todo está dispuesto, empezamos a devorar los chorizos, chorizos criollos y morcillas a los que se suman churrascos de vaca y unas fuentes e ensalada variada con escarola, rúcula, etc. Adolfo habla sobre una persona muy callada y defiende la idea de que no todo el mundo se expresa a través del mismo medio y hay personas silenciosas que hablan a través de la escritura, la fotografía… Me quedo sorprendido pensando en ello. De postre unas natillas y a continuación caminito del bar para tomar el digestivo y pasear la cena. Kepa nos pasea otra vez por el pueblo para bajar los espirituosos y de nuevo se vuelve al bar. En él la parleta se generaliza ayudada por pacharanes y orujos pero he de dar el saco de dormir a Alfonso ya que está en el maletero de la furgo así que en un momento dado me retiro hacia el albergue sabiendo que no voy a volver al bar.

En la ventana de un cuarto se recorta la silueta oscura de Antonio contra la luz fluorescente que ilumina la pared interior. Me recuerda viejas películas de los Cárpatos con un noble de figura escalofriante.

Le paso lo suyo a Alfonso y cuando giramos el picaporte para entrar al albergue la puerta no se abre. Como son puertas de seguridad que solo se pueden abrir desde dentro empujando una barra horizontal si están cerradas con llave vuelvo a donde Antonio y voceo pero no hay respuesta así que empiezo a tirar piedrecitas hasta que asoma y le pido que baje a abrir lo que hacen en pareja Juan Luis y Antonio con su expresión burlona. Dejamos un cogedor bloqueando la puerta para que no se cierre y por fin salto sobre la litera y relleno el saco de dormir. Me quedo dormido tan profundamente que no me entero de cuando llegan los más trasnochadores.

A la mañana siguiente me despierto temprano y la débil luz del amanecer más allá de las ventanas deja ver unas cintas de niebla flotando perezosamente a media ladera de los montes. Lejos se oyen los ladridos de una jauría de perros de cazadores. Poco a poco se levantan los durmientes y se baja a desayunar el rico pa amb tumaca, bacon, huevos, cereales…

Vamos hasta Korres donde destaca la puerta de una casa de madera tachonada con un eguzki lore y un buzón de madera labrada con un motivo de hojas de roble y bellotas, una aldaba en forma de ancla y la llave de estas grandes antiguas puesta por fuera. Encima de la puerta una estela de piedra blanca con una cruz de cuatro brazos y una estrella llama la atención por su cuidado y belleza. Más arriba aún, el balcón rebosa de geranios. Al lado un poyo de madera invita a sentarse. El conjunto es magistral.

Entramos en el Centro de Interpretación del Parque Natural de Izki. JuanLuis consulta para hacer una ruta circular y le aconsejan recorrer un tramo de la numerada con el 15 y continuar hacia la presa de Aranbaltza y hasta el pueblo de nuevo. La ruta comienza con un sendero estrechico engalerado de vegetación. En una de las paradas rodeados de arbustos y árboles comienzan a llegar ciclistas ascendiendo la cuesta con esfuerzo y un desarrollo fácil de mover. Hacemos un pasillo y les jaleamos. Ellos responden con buen humor y cada uno que pasa nos informa de cuantos quedan por llegar. Un rato más tarde nos alcanza la pareja mixta de ciclistas del albergue y se paran un ratito a parlar. Vemos arces de tres tipos por lo menos: de Montpelier, campestre y opalus. También hay quejigo y encina, boj, gayuba, serbales, tojo, enebro y algunos Sorbus torminalis.

Peñascos blancos se alzan, visibles solo a través de huecos en la vegetación y un mirador nos asoma a la Muela, peña el Santo y peña el Castillo donde dicen que hay restos antiguos de uno, pero dada la inaccesibilidad aparente de la misma me pregunto si no será una leyenda sin fundamento real. El paisaje no tiene grandes alturas y está muy erosionado. La capa verde de la vegetación cubre el área salvo en los cortados. Caminamos ya de vuelta cuando llegamos a la presa de Aranbaltza y nos alcanza un grupo familiar nutrido y ruidoso. Estamos cerca del pueblo y abandonando el embalse bajamos hasta una zona al lado del río Izki con mesas y una fuente para comer al aire libre. Allí encontramos un buen grupo de niños y padres. Algunos de los primeros están disfrazados de indios y se expresan con el volumen habitual de la infancia. Los mayores llevan unas enormes medallas y el ambiente es de juegos, casi de campamento. Comemos en una mesa y en el suelo alfombrado de hierba moviéndonos con el Sol para permanecer en la sombra de los chopos y después se intenta por parte de algunos ilusos como el que suscribe intimar con el sueño pero los maléficos en vigilia no lo permiten. Y en un momento dado cuando baja la marea de la siesta se empieza a lanzar la idea de llegar a Korres para tomar el cafecito. En el bar, tanto fuera como dentro intercambiamos teléfonos y remoloneamos antes de la partida porque se suele hacer difícil decir adiós. Pero hay que continuar. Los más raudos ya se han ido y los demás quedamos repartiendo besos y sacudidas de manos y recomendaciones para que oye os vengáis y si avisáis mejor, pero si no avisáis y estamos pues bien también.


Si la eternidad fuera uno de estos gratos momentos compartidos detenidos…





Eguzki lore o flor del Sol